La economía del cuidado refiere al espacio donde la fuerza de trabajo es reproducida y mantenida, incluyendo todas aquellas actividades que involucran la atención de los miembros del hogar, la crianza de los niños, las tareas de cocina y limpieza, el mantenimiento general del hogar y el cuidado de los enfermos o discapacitados.
Asociar el trabajo doméstico (es decir, el trabajo de cuidado no remunerado realizado al interior de los hogares) con la idea de reproducción social no implica considerar que la reproducción social se limita sólo a ello, sino asumir que el trabajo doméstico es el núcleo de este proceso (Picchio, 1999).
Lo que particularmente interesa a la economía del cuidado es la relación que existe entre la manera en que las sociedades organizan el cuidado de sus miembros y el funcionamiento del sistema económico.
Así, el cuidado refiere a los bienes y actividades que permiten a las personas alimentarse, educarse, estar sanas y vivir en un hábitat propicio. Asociarle al término “cuidado” el concepto de “economía” implica concentrarse en aquellos aspectos de este espacio que generan, o contribuyen a generar, valor económico.
El término «trabajo de cuidados» surge en el marco de un cuestionamiento más amplio al concepto de trabajo. Éste ya no se entiende únicamente como aquel que se realiza fuera del espacio privado y a cambio de un salario, lo cual más bien refiere al empleo. Las redefiniciones del trabajo conllevan la ampliación del término, a partir de lo cual puede ser también entendido como una actividad que se realiza de manera no remunerada y en el ámbito doméstico.
El trabajo de cuidados se acuña desde la teoría feminista y se vincula sobre todo con la economía feminista, que propone que el trabajo de cuidados es esencial para la reproducción de la fuerza de trabajo . Se plantea, en este sentido, que la estructura laboral del capitalismo moderno depende de que haya trabajo no remunerado y no reconocido, hecho sobre todo en el espacio cotidiano, que posibilita que el capital disponga del tiempo y la energía de los trabajadores asalariados. Así, si en el ámbito doméstico hay alguien garantizando que el trabajador esté alimentado, tenga ropa limpia y pueda llegar a descansar a un espacio limpio, su empleador podrá asignarle jornadas más largas y tareas más pesadas.
Esta estructuración de la vida laboral depende en gran parte de la división sexual del trabajo, que asigna a los hombres actividades en el espacio público y a las mujeres en el espacio privado. Dentro de los estudios feministas se analiza, en este sentido, la dicotomía de esposo sustentador y esposa ama de casa. No obstante, la inserción de la mujer en el mercado de trabajo no modifica esta división de las tareas, sino que implica una doble jornada: por una parte, las actividades propias del empleo, por otra, las del espacio doméstico, que como no son reconocidas como trabajo, se asumen como inherentes a la mujer y parte de sus obligaciones dentro del espacio doméstico.
Otro aspecto importante del planteamiento hecho desde la perspectiva económica es que el trabajo de cuidados hecho en el ámbito doméstico hace una aportación económica importante, que se invisibiliza porque no se da siguiendo la estructura del trabajo asalariado.
Sostenibilidad multidimensional.
Deja una respuesta